sábado, 21 de enero de 2012

Impromptus




Dante y Virgilio en el Infierno






(FRGAMENTO LA DIVINA COMEDIA -DANTE)


CANTO XIV


Condolido por el amor de mi lugar natal,
me di a recoger la dispersa fronda
3 y a retornarla a aquel cuya voz desvanecía.


De allí llegamos al confín donde se parte
el segundo recinto del tercero, y donde
6 se ve de la justicia horrible arte.
A bien manifestar las cosas nuevas,
digo que llegamos a un áspera llanura
9 de cuyo manto a toda planta destierra.
La dolorosa selva le es guirnalda
en torno, como el triste foso a aquella;
12 detuvimos el paso allí, al borde mismo de la playa.
El espacio era un arena árida y espesa,
semejante a aquella otra
15 que fue del pie de Catón hollada.


¡Oh venganza de Dios, cuánto debes
ser temida por todo aquel que lee
18 lo que entonces apareció a mis ojos!


De almas desnudas vi un gran rebaño
llorando todas juntas miserablemente,
21 y al parecer sujetas a diversas leyes.
Supinas yacían en tierra algunas gentes,
sentadas otras en total encogimiento,
24 y otras caminaban continuamente.
Las que giraban de continuo eran mayoría
y menos las que yacían bajo el tormento
27 aunque el dolor más la lengua les soltaba.


Por todo el arenal, en forma lenta,
llovían grandes copos de fuego,
30 como cae la nieve en la montaña si no hay viento.
Como Alejandro en aquellas ardientes tierras
de la India vio sobre su ejército caer
33 llamas que en el suelo firmes yacían,
por lo que mandó pisotear el suelo
a la tropa, pues los febriles efluvios
36 separados mejor se extinguían,
tal descendía el sempiterno ardor;
y así la arena ardía, como yesca
39 bajo el pedernal, y duplicaba el dolor.
Sin reposo nunca era la loca danza
de las miserables manos, aquí y allá
42 apartando de sí el renovado calor.


Y comencé: Maestro, tu que venciste
todo, salvo aquellos duros demonios
45 que a la entrada nos hicieron frente,
¿Quién es aquel grande que al parecer no cura
del incendio, y yace retorcido y desdeñoso
48 como si no lo hiriera la lluvia?


Y aquel mismo percatado
que de él yo a mi Guía preguntaba
51 gritó: Como vivo era, tal soy muerto.
Si fatigara Jove a su herrero de quien
atormentado tomó el agudo rayo
54 con el que en mi último día fui azotado;
o si fatigara a los otros día tras día
del Mongibelo de hocicos negros,
57 clamando “Buen Vulcano, ayúdame, ayúdame!”,
así como en la pelea de Flegra hiciera
y me clavara saetas con su fuerza entera:
60 aún así no obtendría de mi una feliz victoria.


Entonces el líder mío habló con tal vehemencia
como yo nunca con tanta fuerza lo había oído:
63 Oh Capaneo, en lo mismo que no se amengua
tu soberbia, está tu castigo;
ningún martirio, fuera de tu misma rabia,
66 sería a tu furor dolor cumplido.
Luego volvióse a mí con mejor labia
diciendo: Ese fue uno de los siete reyes
69 que asediaron Tebas; y tuvo y aún tiene
a Dios en desprecio, y no parece que ruegue;
pero, como a él le dije, sus despechos
72 son en su pecho una bien debida llaga.


Ahora ven detrás mío, y nuevamente cuida
de no poner los pies sobre la ardiente arena;
75 mas cuida del bosque tener los pies al borde.


Callados fuimos allá donde brotaba
fuera del bosque un breve riachuelo
78 cuya rojez todavía me horripila.
Cual del Bulicame sale un arroyuelo
que comparten entre si las pecadoras,
81 tal por la arena allá corría su curso.
Su fondo y ambas sus orillas
eran de piedra, y las márgenes alzadas,
84 por lo que comprendí que por allí el paso era franco.
Entre todas las cosas que te he enseñado,
desde que por aquella puerta ingresamos
87 cuyo umbral a nadie le es negado,
tus ojos no han visto cosa alguna
más notable como el presente río,
90 que sobre sí todas las llamas amortigua.
Estas palabras fueron de mi Conductor
y entonces le rogué que me entregara el alimento
93 del que entregado el hambre ya me había.


En medio del mar hay un arruinado país,
dijo él entonces, llamado Creta,
96 bajo cuyo rey ya fuera el mundo casto.
Tiene una montaña antaño feliz
en aguas y en verde fronda, llamada Ida,
99 y que hoy está yerma como una cosa vieja.
Rea la hubo elegido como segura cuna
de su hijito, y por mejor celarlo,
102 cuando lloraba, que dieran gritos hacía.


Dentro del monte yérguese en pie un anciano
que hacia Damiata vuelta tiene la espalda
105 y a Roma mira como a su espejo.
Su testa de fino oro está formada
y de pura plata brazos y pecho,
108 luego es de bronce hasta la entrepierna;
de allí hasta abajo es de fino hierro,
salvo que de terracota es el pie derecho;
111 se apoya en éste, más que en el otro, erecto.
Cada parte, excepto el oro, está rota
en una fisura de donde lágrimas llora
114 que reunidas perforan aquella gruta.


Su curso en este valle cae de roca en roca;
formando el Aqueronte, el Éstige y el Flegetonte;
117 luego se va por este conducto estrecho,
y en fin, allá donde ya más no se desciende,
forma el Cocito, y cual sea ese estanque
120 tu lo verás, que aquí nada se cuenta.
Y yo a él: Si este reguero
derívase así de nuestro mundo,
123 ¿porqué aflora sólo solamente en esta orilla?
Y él a mí: Sabes que este lugar es redondo;
y aunque hayas andado mucho,
126 por el siniestro lado siempre hacia el fondo,
aún no has dado vuelta por el cerco todo;
por donde si alguna cosa nueva te parece,
129 que no haya sorpresa en tu rostro.


Y yo aún: Maestro, ¿se encuentra dónde
el Flegetón y el Lete? Que del uno callas,
132 y del otro dices estar hecho de esas lágrimas.
Tus preguntas cierto me placen todas,
repuso, mas el hervir del agua roja
135 bien debería resolverte una.
Verás el Lete, mas fuera de esta fosa,
allá donde a lavarse van las almas
138 y la culpa arrepentida se les trueca.
Luego me dijo: Ya de apartarse es la hora
del bosque; que vengas tras de mi procura;
141 no estando ardidos, los bordes nos son ruta,
y sobre ellos todo el vapor se esfuma.



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