sábado, 14 de enero de 2012

ACCION/REACCION


Siempre me ha admirado la capacidad de hombres y mujeres para
superar la adversidad. El ser humano es capaz de adaptarse a cualquier
situación, considerar normal una posición de postración atroz y salir adelante.
Constantemente nos asalta la duda de por qué seguir viviendo, por
qué continuar. Hay algo dentro de nosotros que nos impulsa a luchar, a no bajar
los brazos. Un instinto de supervivencia que nos lanza a la vida, a veces a
costa de llevarnos por delante a quien sea necesario. Pero además de esta
cuestión, hay una no menos difícil: luchar contra nosotros mismos.
Tenemos a nuestros pies la vida. Y vamos pasando por triunfos
y fracasos. Frustraciones que arrasan nuestro orgullo, pequeños triunfos que
inflan nuestra vanidad. Vivimos en un pulso constante con el triunfo personal,
con demostrar a los demás y a nosotros mismos que seremos lo que queremos ser (y
lo que los otros esperan que seamos). Una lucha constante entre el correr como
un relámpago hacia nuestros objetivos, caminar a trompicones a veces, retroceder
otras muchas. Para no rendirnos, para tener el cuerpo y el alma unidos, debemos
decirnos a nosotros mismos que somos capaces de llegar donde queramos. Y en ese
camino, debemos mentirnos constantemente, negar la realidad y, sobre todo,
refugiarnos en "ese limbo en que la memoria guarda las derrotas".
No es sólo hablar de autoestima, no es sólo hablar de
mentirse a sí mismo, de olvidar las derrotas y ensalzar las victorias. Es luchar
contra nosotros mismos. Sin vivir aplastados por sueños estelares, las pequeñas
alegrías de lo cotidiano, los pequeños triunfos de lo que realmente nos hace
felices, están a la vuelta de la esquina. Apretemos los dientes, cerremos los
puños, miremos al frente y comencemos a caminar. El mundo, ahí fuera, sale al
encuentro.

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