He quemado tantas veces mis naves, bajo la sal de la marea.
He quemado mis adentros con la flor de una vida.
Y llega el momento de la metáfora donde parar.
Debo parar, ojear el recorte de mi existencia,
y poder poner sobre la mesa del asfalto.
Coger suspiros para el horizonte,
coger el agua de la propia sutileza y transformarla en lluvia en mis manos.
He quemado el polvo y la nube,
atizar cenizas de un tablero recortado por la invención de un misterio,
quemando nostalgias de quien se lleva tesoros en la hierba.
Ladrón que juega a ser mago y se convierte en rey.
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