Pero la verdad siempre aflora.
Lo que no tolero es el daño que atesoran en sus mártires cojines. En sus pócimas sanguinolentas intentado destruir.
Pero no lo han conseguido.
Me fié de todo aquel que creí que su mano era limpia. Jamás las manos son limpias ni son claras, ni son nada. Son manos, las únicas de las que me hablan y no se llenan de lodo son las mias,
esas nunca dirán otra palabra que no sea la mía.
No existen los demás, son juegos de sombras alargadas que te rodean porque tienes que vivir en ellas, junto a ellas y por ellas.

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