Hoy encontré tu carne junto a la mía. Me resistía a
probar el licor sin su montura. A probar las manos en tu vientre
escarchada por el silencio de tus besos.
No puedo cerrar los párpados sin verte en el seno de una esfinge.
No puedo trasladar todo mi cuerpo entre tus brazos porque se me escapan sin acunarse en tu cielo.
Es
una suerte que me abrace a la vida sin percibir el aliento de tus
labios en el espejo de la noche, cuando mi sudor se me escapa como la
fiebre de este remanso que atraviesa la espalda.
Estaba
en un momento que me declinaba si bien entorpecer con mi lengua todo el
fluido que sale de tu aliento; o palpar con la desesperación que
provoca mi soledad.
Porque al fin y al cabo, la soledad es como un amante que se agarra a la insuficiencia de un vacío que se llama deseo...
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