martes, 11 de septiembre de 2012

MENGUABA

MENGUABA.
Como un salvavidas de la propia inercia.
Sus manos como crisálidas retorcidas de apretar el vacío.
Todo se iba y venía como una estupidez pero quedaba la complacencia.
Quedaba el mutis de un esperpento,
quedaba la mesa camilla de un resorte sin mangos.
Escarabajos en el salitre de una esquina sin fondo.
Y MENGUABA.
Como la arena del reloj muerto,
la semilla nostálgica de un velo sin ojos.
Y despertaba cada día, iniciando la huida en la propia meta,
se daba cuenta, por lo ilógico que no podría echar lastres a la memoria,
porque la memoría moría si olvidaba el recuerdo,
y los recuerdos son perpetuos,
casi tanto como el dolor que no se escribe, se pronuncia.

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